
Con la más inocente de las miradas prometió estar allí la tarde siguiente.
Yo la creí.
Llevaba todo el día esperando ese momento, el momento de volver a verla de nuevo, de mirar a través de sus enormes ojos marrones, de ponerme nerviosa al sentir el roce de su cuerpo, de sentir cómo me tiemblan las piernas con una simple sonrisa suya, de observar cómo caen las hojas en el más frío de los otoños, de apartar la mirada cuando se encuentra con la suya.
Esperando volver a vivir.
Pero ella no apareció nunca.
Todos los días la esperaba en el mismo banco de siempre, a la misma hora de siempre, pero ella nunca llegó. Ni llegará jamás.
1 comentarios:
lalala(8)
jaja, gracias por al conversacion de ayer, puta :)
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